viernes, 15 de marzo de 2013

Pavadas a derecha e izquierda sobre Bergoglio


En situaciones como la que hoy nos quieren hacer vivir los medios de comunicación (salvo el asalto a algún famoso, toda la pantalla está dedicada a apropiarse de esa faceta del Papa que más beneficia a los emisores) uno parecería estar obligado a opinar sobre Bergoglio.
A veces, el vate Julio Bazán nos tienta, pero no lo vamos a hacer.
Situaciones como esta son inmejorables para expresarnos sobre cuestiones que conforman el sentido común dominante y que a decir verdad son anecdóticas, cuando no gansadas de tono mayor. Que se esfuman mágica, momentáneamente, cuando la prioridad es la citada apropiación. Y que tienen que ver, esas anécdotas, con un desconocimiento superior, superado día a día, sobre por ejemplo, el carácter de la Iglesia Católica.
A veces ese anecdotario es infantil: ¿qué se esperaba o querían: que nombraran a Leonardo Boff como sucesor de Benedicto?
Otra cuestión, por ahora callada, que ronda ese mundo de fábulas tiene que ver con las riquezas acumuladas por la Iglesia, como si no existieran las de las instituciones religiosas protestantes anglosajonas o las de los telepastores; o quizás para sacar la vista de allí. ¿Cual es la alternativa? ¿Que los tesoros artísticos de la Iglesia Católica se distribuyan entre todos? ¿Con qué criterio? ¿Entre los pobres, o sólo entre quienes son capaces de disfrutar de una obra de arte? ¿Quién puede asegurar su buen uso y reparto?
No quiero imaginar qué sucedería con esos tesoros en la calle (muerte a pasto) más allá de que al entrar al mercado terminarían rápidamente acaparados por los pocos que pueden pagarlos, lejos del disfrute de legos y pobres de billetera.
Las tonterías no son patrimonio exclusivo de la derecha: apenas se conoció el nombramiento del nuevo Papa, algunos progres se animaron a insertar pruebas de su complicidad con la dictadura, sin chequear las fuentes. 
Adolfo Pérez Esquivel, cuyos contactos con la Iglesia son conocidos, lo desmintió. “Pero le faltó coraje”, agregó. El doctor Zaffaroni dijo tenerle confianza.
Gabriela Michetti se lo quiere apropiar para sí en exclusiva: debe creer que ella lo conduce.
Se dice por ahí que Bergoglio fue de Guardia de Hierro, que esta era una agrupación de derecha, y por lo tanto, que el Pontífice es de derecha. Pero no tanto como Bonamin o Tortolo, dicen, porque en éstos la colaboración con la represión está probada. 
Nunca me llevé muy bien con los guardianes, pero más que de derecha los definiría como ortodoxos.
¿Qué pasa por ser o haber sido “de derecha” y más o menos a la derecha? ¿La “patria socialista” evoca hoy las mismas imágenes pueriles que tuvo en los ’70? 
¿Firmenich era la izquierda? ¿Que es (ahora y antes) izquierda o derecha?
Benedicto certificó su paso por las Juventudes Hitlerianas, tanto como los dos príncipes consortes (Bernardo y Claus) de la casa Orange-Nassau reinante en Bélgica, y todos aplaudimos a la futura reina consorte, cuyo padre (Jorge Zorreguieta) no fue ajeno a la represión de la dictadura. 
El Papa Pío XII, convencido de que la Unión Soviética marxista era el enemigo principal de la humanidad, favoreció a Hitler y su despliegue geopolítico como dique de contención contra el ateísmo. 
Mientras tanto, el antisemita constructor de automóviles Henry Ford (léase El Judío Internacional), creador de la Ford Motor Company en Detroit, USA, y por quien se denominó fordismo a un modo de producción distinto del toyotismo, apoyaba públicamente (y con mucha plata) a Hitler junto a otros empresarios alemanes como Krupp y Thyssen, que ahora pasan por filántropos. 
Los camiones militares de Ford circulaban por ambos lados del frente. 
Años más tarde, el cura polaco Karol Wojtila (Juan Pablo II) contribuyó a la caída de la casta gobernante soviética y en general, del socialismo realmente existente. 
Esta selección incompleta de datos llevaría a pensar, superficialmente, que la Iglesia es de derecha. Lo que es no entender la naturaleza del poder, que no es ni de izquierda ni derecha: simplemente es poder. ¿Kruschev ejercía un poder de izquierda? ¿Y Trotsky o Lenin? 
Lo escribo para suspender por un momento todo juicio hasta no tener, no digo la certeza, al menos la duda, de si estamos hablando pavadas.
Bergoglio pertenece a la Compañía de Jesús, no es un cura de barrio. Y ha sido nombrado al frente de la Iglesia Católica. 
Los jesuítas fueron expulsados de América a fines del siglo XVIII por el Absolutismo. El trato humano a los trabajadores originarios, y las innovaciones en el modo de producción fueron las causas principales de esa medida con gran repercusión en toda la América hispánica.
Entender la complejidad de su posición y el alcance de su nombramiento no es una pavada que se explique con pavadas, sean estas de derecha o izquierda. 
Y hay de las dos.
Por eso, ahora voy a releer “El Sueño” de César Aira, que transcurre en el colegio de la Misericordia, ubicado en avenida Directorio al 2100, en el barrio (Flores Sur) donde nació Bergoglio. Quien lo conozca, entenderá.

miércoles, 13 de marzo de 2013

LOS DESIGNIOS DE DIOS SON INESCRUTABLES


Aquí vemos al nuevo pontífice negándose a viajar en subte
"Pagar tres pesos con cincuenta es una movida del diablo", dijo y agregó por lo bajo: "me voy en bondi". 




martes, 12 de marzo de 2013

Manuela Fingueret


La conocí luego de que publicara “Blues de la calle Leiva”. Quizás compartimos alguna materia, de las introducciones, en el edificio de la avenida Independencia.
Nunca más la ví (de modo que no presumo de haber contado con su amistad) aunque me dicen que hasta 2011 condujo el programa "El aire de aquí" por la FM Nacional.
Dos notas aparecidas en Página 12 (aquí y aquí) en 2008 y 2012 dan cuenta de que era una judía que abominaba de las conducciones conservadores – liberales en  Amia y Daia. Su posición, se me ocurre, debe ser similar a la de Ricardo Forster.
En una de esas notas dispara con precisión contra el cordobés Marcos Aguinis, quien hoy, a falta de otro tema, escribe sobre el genocidio armenio para exhibir su eventual erudición sobre matanzas étnicas.
Curiosamente, Aguinis no menciona (porque no la debe conocer) “La máscara de Dimitros” de Eric Ambler y llevada al cine por Jean Negulesco. 
Hay que animarse a completar los mamotretos insoportables firmados por Aguinis.

Más abajo, Manuela Fingueret por ella misma:

Nací en un inquilinato con malvones, pájaros y un tero. Un banquito de madera, el umbral de mármol blanco, y las hortensias, esas flores enormes, en las piezas vecinas.
Cuando pude, desalojé a mi hermana del banquito de madera que nos había hecho mi papá. Desde allí miraba durante horas a los pájaros. Yo iba hasta el fondo de la línea de tierra que separaba las baldosas del gallinero. El tero, entonces, alerta, se quedaba en una pata, listo para atacar a las intrusas. Al tero le tenía miedo. Siempre vigilando a las gallinas alborotadas cada vez que alguien se acercaba al fondo de la casa. Los pájaros tenían toda la magia del canto. Como el corbatita, con su buche negro y plumas escasas de tanto picotearse.
Sentada sobre el mostrador de la tienda participaba durante el verano de las charlas de las Rosas y las Marías. De ellas aprendí a contar historias. Traían su mate, mi mamá cebaba el suyo con azúcar y cada tanto me alcanzaba alguno con leche para alimentar mi delgadez.
Del banquito pasé al umbral, sobre la vereda que flanqueaba la puerta del negocio. Eran épocas de vestidos almidonados, moños y puntillas a las siete de la tarde, cuando la calle Leiva transformaba la siesta en fútbol y las compras en paseos con las chicas por la calle Corrientes. Los hombres volvían de su trabajo y se sentaban en la silla de paja, en camiseta y pantalón pijama, para ver pasar a las más lindas del barrio.
Durante bastante tiempo espié todo desde el sofá. Un viejo elástico de hierro cubierto con una colchoneta, que fue lugar de juego, sala de lectura y abrazo nocturno.
Aún hoy acaricio esos recuerdos, los persigo por detrás del mostrador o los siento a mi lado en algún umbral fresco en las tardes de verano.
Son la mixtura indispensable de una hija de inmigrantes. Una memoria que anuncia el cementerio de la Chacarita, "paredón y después"; "la esquina, barro y tango"; la murga del barrio a la que seguía todos los carnavales con las tapas de unas viejas cacerolas. Las fogatas de San Pedro y San Pablo, aquellos amores con olor a Sandokán, el aserrín de la carpintería de mi padre mezclado con Ana Karenina y las conferencias sobre Rivadavia en el diario La Prensa. La colección de fotos de Gregory Peck y Laura Hidalgo, mientras Isaac Stern, con su violín, me arrancaba el dolor por la muerte de mis hermanos apiñados frente a las puertas de Auschwitz. Esos sueños se repetirán como pesadilla en una Argentina atravesada por años de muerte y silencio.
Quizás es sólo la sombra de un aroma que circula para libar su miel.
No siempre el pasado fue mejor, La memoria acusa o embellece.

domingo, 10 de marzo de 2013

DEMOCRATIZACION DE LA JUSTICIA Y SENTIDO COMÚN

Así como es peligroso que los economistas resuelvan los problemas económicos, la cuestión de la Justicia, o si prefiere del Poder Judicial, no puede quedar en manos de los abogados. No es que Justicia y Poder Judicial sean idénticas. No lo son, pero para el tema que nos preocupa, podemos encararlas conjuntamente. 
Se corren dos riesgos: no tener una mirada integral de la cosa, y defender (incluso sin advertirlo) algún privilegio social o cultural.
Por eso lo vamos a encarar, desde fuera de la profesión abogadil.

El artículo 110 de la Constitución Nacional expresa textualmente: “Los jueces de la Corte Suprema y de los tribunales inferiores de la Nación conservarán sus empleos mientras dure su buena conducta, y recibirán por sus servicios una compensación que determinará la ley, y que no podrá ser disminuida en manera alguna, mientras permaneciesen en sus funciones.”
Tres, entonces, son sus conceptos básicos:
1. Se refiere a todos los jueces, sin excepciones;
2. Conservarán sus empleos de por vida y mientras dure su buena conducta (hecho, este último, del que da cuenta el Consejo de la Magistratura);
3. Su salario no podrá ser disminuido “en manera alguna”.
Este artículo es el núcleo duro del privilegio del Poder Judicial del que no gozan los otros dos, el Ejecutivo y el Legislativo, ambos de carácter electivo y con mandatos transitorios, y cuyos salarios, los de estos dos poderes, pagan impuestos como los de cualquier sujeto “imponible” que habite el territorio nacional. Es más que evidente, es tan claro que no admite recusación.
Sin embargo, para Joaquín Morales Solá (hoy en La Nación, dónde si no) eso implica un intento de colonizar al Poder Judicial obviamente por parte de la odiada Cristina.
Curiosamente, no se califica así, como colonial, el referéndum en Malvinas donde ya adelantamos el resultado y no habrá sorpresas: sus habitantes (odos ellos descendientes de británicos) optarán por seguir siendo “territorio de ultramar”, un eufemismo heredero de otro (“mandato”) que lisa y llanamente significa territorio colonial.
En rigor, quienes han colonizado al Poder Judicial son esos magistrados con potestades de por vida, como si se tratara de un título nobiliario (Su Excelencia) que no tiene el resto de los compatriotas.
Nuevamente quiero recordar que si los señores magistrados no pagan Ganancias por una acordada sobre “intangibilidad” de su salario, hubo –un ratito antes de que, en 2001 estallara la convertibilidad- una ley del Congreso Nacional que declaraba “la intangibilidad de los depósitos” que días después se esfumarían. 
Intangibilidad significa que no se tocan
Es decir, esa “clase dirigente” que votaba depósitos intocables, a la vez preparaba la huida precipitada de la convertibilidad en dos versiones: la primera mediante la devaluación y un sinceramiento de la economía, la que en definitiva triunfó. Y la otra, liderada por Menem, que proponía dolarizar la economía con lo que se alejaba, quizás para siempre, toda posibilidad de ser un país independiente. Para esos días, ya “el Adolfo” había decretado el default de Argentina, con los vivas y los hurras y los aplausos furiosos y gozosos de gran parte de esa tal “clase dirigente”.
Quiero creer que la mayoría de esa “clase dirigente” votó la intangibilidad de los depósitos presa de un ataque fulminante de ingenuidad y estulticia: porque unos pocos sabían, sabían qué se venía: Argentina se financiaba con los dólares que pedía prestados en el exterior (el uno a uno era ficticio), y con una deuda externa superior a los 160 mil millones de dólares, y creciendo imparable, era imposible seguir financiándose porque las tasas subían y subían al compás del endeudamiento. Y pensar que La Nación sigue dándole espacio a Cavallo...
Todo eso se sabe, pero es bueno recordarlo.
Y que el citado artículo 110 de la Constitución, cuando menciona la intangibilidad de los salarios de los jueces, se refiere a que no pueden existir buenos sueldos para los jueces “buenos”, si eso algo significara, y sueldos bajos para los “malos”. Nadie discute eso.
No pueden estar exentos del pago de impuestos, porque todo ciudadano los paga.
Lo único que falta ahora es que discutan la etimología del término “salario” (la Constitución se refiere a “compensación”, es más elegante): para terminar con ese privilegio inadmisible, nadie pretende pagarles con sal, enriquecida o no con yodo para prevenir el bocio. 
Pero me animo a adelantar que próximamente estallará ésta polémica: en los diarios, claro, una falsa polémica. La Constitución no establece que los jueces no pagarán ganancias.
Y en cuanto a su duración: ¿se imaginan a un cirujano practicando una laparoscopía cerebral, en caso de que eso exista, con las manos temblorosas de un profesional de noventa y pico de años? Sin embargo, hay jueces de más de noventa, incluso de cien, y en la propia Corte Suprema.
Carlos Fayt nació en 1918: “a los cien me retiro”, parece haber dicho. No se si se va a tomar como ejemplo al doctor Esteban Maradona, pero en todo caso ese Maradona es una excepción.
Y si hay subnormales en todas las profesiones y actividades, ¿por qué no habría jueces y abogados subnormales? 
Que los magistrados sean elegidos por ternas según el artículo 114 de la Constitución, reduce pero no quita del todo esa posibilidad. Todos, alguna vez en la vida nos hemos topado con profesionales de sospechosa “normalidad”:  que conste que no soy seguidor ni de Lombroso ni de Himmler, y que Foucault no me resulta extraño.
En algunas actividades, la tal “normalidad” es un dato secundario: no importa tanto en un vendedor de golosinas o un pintor, o un escultor, pero sí importa cuando se trata de un magistrado que va a fallar sobre la libertad de cualquiera de nosotros. 
Y si la actividad es el arte, pues pasará por “creativo”.
Y por eso mismo, es otra falsa polémica mediática si son o no “garantistas”. 
Aquí el asunto se reduce a hacer cumplir la letra y el espíritu de las leyes, de modo que hay buenos, mediocres y malos jueces, no jueces garantistas y jueces que no garantizan. ¿Garantizar qué? 
¿Dónde pondríamos, señores Eduardo Feinmann y Cecilia Pando, a los magistrados que participaban en interrogatorios violentos, torturas y desapariciones forzadas? 
¿Que es lo que garantizaban o no garantizaban esos sujetos?
Me parece que ese artículo 110 debe ser reglamentado de modo tal que el “mal desempeño” de los jueces no dependa de la decisión de ningún grupo que disponga de determinada manera para defender sus propios privilegios, como por ejemplo las corporaciones de profesionales. 
Pagar impuestos no disminuye la compensación económica, el salario, o como se lo llame. 
Lo estamos viendo en el Consejo de la Magistratura, con ese panqueque vuelta y vuelta que es el representante radical, el procesado Oscar “Milico” Aguad. 

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